El orígen de la Ruta de la Seda se remonta al siglo I a. C. y consistía en una red de rutas comerciales que nació en China y que, con el paso de los siglos, se extendió por gran parte de Asia, Europa y África, conectando distintos pueblos y culturas.

Aunque la seda era el producto más conocido de estas rutas (su elaboración era un secreto que solo conocían los chinos), había mucho más: piedras preciosas, perfumes, telas, especias y porcelana, entre otros. Los mercaderes no solían recorrer toda la ruta, sino que se movían entre territorios donde se comerciaba con los productos que a ellos les interesaban y a precios con los que pudieran sacar beneficio.

La fama definitiva (sobre todo en Europa) llegó con los relatos de Marco Polo, un mercader y viajero veneciano que recorrió la Ruta de la Seda varias veces y, sobre todo, puso por escrito sus experiencias. Tras él, son muchos los que han querido recorrerla.